En medio de la Edad Media: filosofías medievales en la cristiandad, el judaismo y el islam
Rémi BRAGUE, En medio de la Edad Media: filosofías medievales en la cristiandad, el judaismo y el islam Encuentro, Madrid 2013, 354 pp.
Rémi Brague, profesor de Filosofía Medieval en la Sorbona (París) y de Historia del Cristianismo Europeo en la Universidad de Múnich, es uno de los mayores especialistas en pensamiento clásico y medieval. Pocos como él para valorar el legado filosófico de Occidente en uno de sus periodos de mayor creatividad: el Medievo, encrucijada de los grandes sistemas de pensamiento modelados por las tres religiones monoteístas que han cimentado la civilización europea (el judaísmo, el cristianismo y el islam). El presente libro reúne una colección de artículos sobre las interacciones y aportaciones de la filosofía de musulmanes, judíos y cristianos en torno a problemas comunes, abordados desde la común herencia greco-latina y la vivencia religiosa respectiva. Una mirada múltiple, por tanto, que ilumina la acuciante y debatida cuestión del diálogo de civilizaciones desde el pasado medieval.
El volumen se abre con un autorretrato del autor en forma de entrevista. Brague se autodefine como un «transfuga» de la filosofía antigua que fue seducido por el pensamiento medieval al encontrar en él una manera de plantear mejor los problemas de hoy.
Tras deconstruir ciertos elementos de la mitología negativa y positiva de este período, muestra la infatigable búsqueda de soluciones que caracterizó el quehacer filosófico de aquellos pensadores que, sin llegar al diálogo de culturas soñado por el hombre moderno, posibilitaron un fecundo intercambio de ideas y argumentos en contextos desiguales. El profesor de la Sorbona recuerda que este esfuerzo fue previo al despertar político y económico de Europa, e hizo posible su emergencia intelectual pasando de la situación de «secundariedad » de los siglos altomedievales, a una posición de liderazgo cultural.
Recuperando su tesis expuesta en Europa, la vía romana (1995), Brague señala que esta madurez intelectual se alcanzó gracias a la acepción de préstamos foráneos –la famosa recuperación de los griegos por la vía indirecta del Islam– y la asunción de un «complejo de inferioridad» que facilitó el sorprendente crecimiento de la ciencia cristiana, advertido por Abraham Abravanel (1437-1508) al reconocer que ésta había superado a la de los hijos de Oriente sin perder la fe en las Escrituras.
Brague desliza agudas observaciones sobre las «tres religiones del Libro», reconociendo que en realidad sólo existe una –la islámica– pues el contenido de la revelación judaica es la historia sagrada narrada en la Torah, y el cristianismo tiene a la persona de Cristo –y no el texto sagrado– como principal fuente de liberación. Al referirse al pasado medieval, Brague recuerda el esfuerzo de la Iglesia por secularizar el estado asignándole su propio ámbito, profano, mientras los reyes soñaban con sacralizarse.
Con todo, no oculta sus reservas sobre la herencia cristiana de Europa o expresiones como «civilización cristiana» pues ésta fue fundada por gente «a la que la civilización cristiana le importaba un pepino».
Lo que les interesaba era Jesucristo, y las repercusiones de su venida en el conjunto de la existencia humana. Los cristianos creen en Cristo, no en el cristianismo: son cristianos no «cristianistas». De ahí que interprete los siglos medievales como un intento inconcluso, no como un paradigma, y rechace la aplicación del calificativo post-cristiano a la época contemporánea aduciendo que el cristianismo no ha tenido tiempo de traducir en instituciones la totalidad de su contenido. Hoy no estamos más que en los comienzos del cristianismo.
Bajo el primer apartado («Generalidades»), se estudia desde una perspectiva comparatista el valor que las principales religiones atribuyen a la filosofía, distinguiendo la «digestión» que llevó a cabo el islam, fagocitando el pensamiento clásico en el edificio de su cultura, de la «inclusión » de la razón filosófica en la cristiandad donde se le reservó una autonomía auxiliar en su sistema de pensamiento. En el segundo bloque («Temas comunes») se afrontan las formas de aproximación de algunos monoteísmos a la valoración de la física, la carne y el cuerpo, así como sus concepciones restringidas del género humano en su globalidad.
En el bloque «Comparaciones» se describen las miradas sobre la ciudad cristiana de algunos autores musulmanes, que destacan su liberalidad al advertir que las reglas que la gobiernan «no son reveladas e impuestas por Dios» (Albiruni, 973-1050).
Otras diferencias se observan en la concepción de la guerra santa (yihad), que es aprobada unánimemente por los filósofos musulmanes como elemento constitutivo de su comunidad, frente a los estados cruzados, donde la militancia es puramente defensiva, o el Imperio cristiano bizantino que rechaza verter sangre de cristianos (Ibn Jaldún, 1332-1406). En el cuarto bloque («Filiaciones») se abordan las diferentes formas de incorporar la cultura clásica en el ámbito islámico y el cristiano. Al calor del debate suscitado por Sylvain Gouguenheim, resultan especialmente interesantes las páginas dedicadas a la entrada de Aristóteles en Europa y las razones que indujeron a traducir el corpus clásico, no porque «interesara», sino porque se «necesitaba» en el contexto del renacimiento cultural del siglo XII y de la reforma gregoriana que proyectaba el cristianismo hacia la transformación del mundo temporal.
En la quinta parte («Globos»), Brague plantea las grandes cuestiones de la civilización europea, tratando de ponderar el papel del Mediterráneo como puente de culturas, reconociendo la dismetrías del diálogo que se fue abriendo paso, no tanto a pesar, sino gracias a los fracasos de sus impulsores. Más escéptico se muestra sobre «diálogo de las religiones», tratándose de unas sociedades donde, a pesar de algunos intentos evangelizadores, acabó imponiéndose la predicación para los convencidos.
Finalmente, el apartado se cierra con un estudio sobre el valor del geocentrismo en el pensamiento occidental y un estudio sobre Averroes como filósofo excepcional que arrastró sus propias servidumbres como intelectual orgánico y hombre de su tiempo.
Celebramos la traducción y compilación de estos trabajos que aportan la claridad y el rigor de un especialista a cuestiones tan complejas como medulares sobre los orígenes de nuestra civilización. En ellas palpita el titánico esfuerzo de los intelectuales de Oriente y Occidente, y el impulso religioso que animó la búsqueda del saber como forma de auto-comprensión. Un ideal muy oportuno para iluminar las perplejidades de la vieja Europa, que no puede –no debe– olvidar los vastos horizontes culturales de su pasado medieval.
Álvaro FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA
Universidad de Navarra
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