La estética de San Buenaventura y su influencia en la iconografía de los siglos XIV y XV



Scripta Mediaevalia. Revista de pensamiento medieval, Vol.16, n.2, (2023).


José María Salvador González, La estética de San Buenaventura y su influencia en la iconografía de los siglos XIV y XV, Madrid: Sindéresis, 2022. 261 pp.

San Buenaventura es, junto con Santo Tomás de Aquino, el autor más importante del siglo XIII en el que se aúna su actividad docente en la Universidad de París con una profunda reflexión espiritual que volcó en innumerables obras y que marcó la espiritualidad franciscana.

Probablemente en razón de ese cariz espiritual que siempre lo acompañó, su obra teológica y filosófica, aún cuando pertenezca al periodo escolástico, está marcada por una perspectiva mística que la hace particularmente valiosa. Y de entre todas las temáticas que con mayor facilidad se presta para esta perspectiva, aparece en primer lugar la reflexión sobre la belleza.

Es este justamente el tema al que se aboca a estudiar José María Salvador González, conocido medievalista de la Universidad Complutense de Madrid, en el libro que presento. Y el primer interrogante que se le plantea al lector es si realmente existe una “estética” en San Buenaventura sobre la cual pueda hacerse un estudio filosófico, y es este el primer problema que el autor se dedica a resolver apenas comenzada su obra a través de un minucioso análisis global de la obra bonaventuriana y de la abundante bibliografía que existe sobre el tema. Se trata, desde mi punto de vista, de un capítulo fundamental y que resulta útil no solamente para quien se introduzca en los escritos de autores medievales sino también para quienes se dedican a la estética como disciplina filosófica. Salvador González demuestra indirectamente que algunas disciplinas que pasan por ser propias del pensamiento moderno y contemporáneo, tienen sus antecedentes medievales y que los mismos son valiosos y deben ser tenidos en cuenta.

Por cierto, las perspectivas de análisis son muy diversas. Y esto queda reflejado en el resto del libro que está estructurado en dos partes:

exposición de la estética de San Buenaventura y un análisis de esa estética. En ambas, es muy notable el manejo que muestra el autor no solamente de los textos latinos sino también de la extensa bibliografía secundaria existente. Y no se trata de un mero listado de títulos, tarea muy fácil de realizar en la actualidad, sino de un análisis minucioso de cada uno de ellos lo que supone a una lectura concienzuda y a un trabajo académico de calidad.

La primera parte de libro, está distribuida en tres capítulos y consiste en una “exposición de la estética de San Buenaventura” (así se titula) lo cual constituye por sí mismo una importante contribución a los estudios de filosofía medieval puesto que el santo obispo no se dedicó a escribir un “tratado de estética” sino que desperdigó sus reflexiones a lo largo de toda su extensa obra. El trabajo de sistematización emprendido por Salvador González es notable y la utilidad del mismo resulta manifiesta.

La estructura de esta primera parte posee tres núcleos: la etapa inmanente, la etapa introspectiva y el estadio trascendente de la estética seráfica, todas ellas divididas en grados.

La segunda parte está integrada por dos capítulos. El primero, dedicado a los presupuestos de la estética de San Buenaventura y el segundo, que es el que considero más valioso de todo el libro, la posible influencia de todo el armado filosófico y teológico del Doctor Seráfico sobre la iconografía de los siglos XIV y XV. Se trata, por cierto, de una tarea arriesgada a la que Salvador González no teme arrojarse: ¿Es posible que los artistas de esos siglos hayan sido influenciados por la reflexión estética de un fraile franciscano profesor en la Universidad de París? Y, en tal caso, ¿es posible probarlo? Por cierto que sería fácil encontrar puntos de contacto en aquellas obras relacionadas directamente con la orden franciscana; no habría en este caso demasiada novedad. Pero el caso que es que el autor sostiene que los ámbitos de influencia son cuatro: las criaturas visibles como semejanza del creador; la armonía de las partes como fundamento de la belleza; la belleza invisible y divina revelada por la belleza visible y el reflejo de la belleza divina en la belleza creada. Es aquí donde radica justamente la tesis de Salvador González, tesis que conjuga elementos teológicos, filosóficos y estrictamente artísticos: la belleza creada es imagen del creador, cuya perfección es participada en la criatura; de este modo, esa belleza creada posee la capacidad de elevar a quien la contempla al conocimiento y al amor del creador.

Destaco también la fundamentada afirmación que realiza el autor del libro en el último capítulo y que pone en discusión la opinión casi universalmente aceptada de que los artistas, principalmente pintores y escultores, del Renacimiento se volcaron a la representación de motivos puramente terrenales como signo de un cierto alejamiento de los intereses religioso que habían caracterizado el periodo anterior.

Salvador González, en cambio, considera que este cambio tan evidente no supone una actitud anti-cristiana ya que ese mundo visible que es representado es camino apropiado para alcanzar a Dios, pues el hombre—aún pintado o esculpido en modos tan naturalistas— es imagen y semejanza de su Creador.

En definitiva, el libro de José María Salvador González se constituye en una obra de referencia para el pensamiento bonaventuriano en el ámbito estético y, también, en un estímulo para la discusión académica en disciplinas como la
Rubén Peretó Rivas filosofía y la historia del arte.

Universidad Nacional de Cuyo-CONICET

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