Descripción de La Alpujarra de Pedro Antonio de Alarcón

Pedro Antonio Joaquín de Alarcón y Ariza nace en Guadix en 1833, y miere em Madrid em 1891.
Evolucionó de ideas liberales y revolucionarias a ideas mas tradicionales .Empezó a estudiar Derecho, Teología,pero lo abandonó para empezar su carrera periodística. Cultiva el Género de libro de viaje, entre los que se encuentra este.

Pedro Antonio de Alarcón
La Alpujarra: sesenta lenguas a caballo precedidos de seis en diligencia.  1873.

http://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Alarcon,%20Pedro%20Antonio%20De%20-%20La%20Alpujarra.pdf

Entonces uno de nosotros pidió la palabra; y, bien que no tomando un puño de bellotas en la mano como D. Quijote (pues las encinas no daban más que sombra en aquella estación); pero sí tendiéndose a la larga sobre un lecho natural de seco musgo, y fijando los ojos en aquellos árboles seculares que tantas bellotas habrían criado, -enderezó a la reunión (tendida también boca arriba en aquella azotea del globo terrestre) el siguiente elocuentísimo discurso... que os aconsejo leáis, puesto que os servirá de clave para entender todas mis pasadas y futuras descripciones de la comarca alpujarreña:


«Pues, señor, está visto; y se equivoca el que se figure lo contrario: - no basta, ni por asomos, haber recorrido la cadena de los Alpes o la de los Pirineos (entre las cuales ocupa el término medio, como elevación, la cadena de Sierra Nevada); digo más: no basta tampoco haber contemplado la faz septentrional de esta misma Sierra, para poder figurarse de manera alguna la fisonomía general de los montes y valles que van apareciendo a nuestros ojos.

Los Alpes y los Pirineos, y todas las montañas de nuestra zona, ofrecen a la vista un mismo carácter... más o menos pronunciado, según su altura barométrica y su latitud geográfica... pero siempre idéntico en sus rasgos, en su entonación pictórica, en su género poético, en su influjo sobre la imaginación. -Nebulosas cimas, húmedas laderas, espumantes cascadas, brumosos lagos; un ambiente empapado de frescura; un cielo lleno de fantasmas; arroyos por todas partes; misteriosas quebradas, asilo de eternos crepúsculos; esponjadas hierbas, cabañas grises, valles melancólicos, muchas vacas, mucho humo, muchos puentecillos de madera... y algo, en fin, de yerto, de rugoso, de aterido, de huraño, de atormentado, en la austera vegetación que allí lucha a brazo partido con el inclemente Boreas... Tales son comúnmente los obligados distintivos de las montañas europeas, así en Santander como en la Toscana, así en Segovia como en el Tirol, así enfrente de Pau como en Suiza, así en la Auvernia como en las provincias vascongadas... Tales al menos os las representaréis, como yo, en este instante, recordándolas amorosamente, y poblándolas (con la propia inspiración bebida en ellas) de mil creaciones suaves, lánguidas, indecisas, vaporosas, impalpables...

La Alpujarra, como veis, es absolutamente distinta. -Verdad que aquí hay también nieves (en lo alto de aquella Sierra,...), y valles, y ríos, y peñascos, y derrumbaderos, y hasta alguna vez nubes... pero ¡cuán diferentes todas estas cosas! -El tono, el color, la luz, el ambiente, todo varía aquí por completo. - en cielo, casi siempre despejado, y de un azul puro, intenso, rutilante, empieza por servir de fondo a todas las decoraciones, disipando con su viva refulgencia vaguedades, misterios, nebulosos contornos, indeterminadas fantasmagorías. Una tierra cálida y enjuta nutre con la sangre de sus entrañas, y no con el lloro de sus peñas, esos manantiales de luz y fuego que se llaman el olivo y la vid, o los elíseos frutos que roban sus más vistosos colores al iris. Aquestos valles no contrastan con lo petrificado por el frío, sino con lo calcinado por el sol. Aquestas rocas, lejos de sudar agua, funden y acrisolan metales. Las flores son fragantes y valientes, a pesar de la vecindad de los viejos ventisqueros, y el arroyo que baja de las regiones muertas se asombra de encontrarse con las adelfas silvestres o con las ferozmente grandiosas higueras chumbas, orladas de arrumacos verdes y pajizos, como las princesas etiopes. ¡Ah! La influencia de la Sierra es casi siempre vencida por la de los vientos de África. El sol puede aquí más que la nieve.

Pero, en medio de todo, hago mal en acalorarme tanto; pues ni estoy defendiendo a la Alpujarra contra ningún injusto agresor; ni tengo deseo de malquistarme con otros montes, que también amo mucho; ni se trata de probar que el reverso de Sierra Nevada sea el más bello país montuoso de Europa; sino pura y simplemente de discernir una diferencia y de explicar en qué consiste.


Pues bien: concluirá haciéndoos notar que, así como todas las montañas de nuestra zona parecen hijas del invierno, la Alpujarra parece hija del verano. - en lo hondo de los valles de los Alpes y de los Pirineos, se ven, por ejemplo, a la puerta de las chozas, témpanos de hielo rodados de la altura, o algunas pobres piñas desprendidas de la ladera... A la puerta de los cortijos alpujarreños veis montones de almendras nacidas cerca de las nubes, o naranjas sin dueño que se han escapado del terromontero vecino. -Allí se sueña a la luz de la lámpara... Aquí se duerme a la luz de la luna. -Allí se esculpen, en setiembre, al fulgor de una tea, baratijas de palo... Aquí, en octubre, se pasan uvas e higos al calor del sol. -Los bardos de aquellas montañas las personifican siempre en deidades de ojos azules... La Alpujarra es una montaña de ojos negros. - Montaña» suele implicar la idea de maga, de sílfide, de oréada, de ser quimérico, errante, vaporoso como la niebla... La Alpujarra es una saludable odalisca, o, cuando más, una peri, una hurí, una divinidad, en suma, de carne y hueso, prometida por El Corán a los méritos de los musulmanes»...

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