La ciclicidad en la temporalidad cristiana
La ciclicidad en la temporalidad cristiana
Elías González Gómez
Fe y cultura, Hoy en Christus
febrero 21, 2023
https://christus.jesuitasmexico.org/la-ciclicidad-en-la-temporalidad-cristiana/
Suele criticársele al cristianismo la invención del tiempo lineal y progresivo, el cual ha dado como resultado la noción moderna del desarrollo y, junto con este, todos sus males de explotación colonial y capitalista. Se le contrapone con la temporalidad circular o cíclica, en la que la no linealidad del tiempo se presenta como más amigable, incluso en términos sociales. En este breve comentario cuestionaré la idea de que en el tiempo cristiano no hay ciclicidad, mostrando que de hecho sí la hay, y que ha sido más bien la modernidad la que fraguó el tiempo lineal progresivo con todos sus males.
Para la Grecia antigua el tiempo era circular. No existía la noción de un principio, de una creación ex nihilio (de la nada), y por lo tanto tampoco el de un final. La circularidad no implicaba homogeneidad. Por eso sería mejor hablar de ciclos, como consta en algunas tradiciones de India y de los pueblos originarios del Abya Yala (llamado Continente Americano). En el Mahabharata se habla de cuatro eras: el Satya o Krita Yuga (Edad de Oro), el Treta Yuga (Edad de Plata), el Dyapara Yuga (Edad de Bronce) y el Kali Yuga (Edad de Hierro). Cada yuga implica una mayor corrupción del mundo y de la humanidad, la cual se encamina hacia su destrucción.
Aunque existen distintas versiones, en el mundo anahuaca (Mesoamérica) se habla de cinco soles, cada uno representando una era distinta del cosmos, las cuales tuvieron su respectivo final. Actualmente nos encontraríamos en el quinto sol, próximo también a finalizar. En ambos casos, en la cosmovivencia índika y en la anahuaca, se concibe el tiempo como el paso por distintos ciclos, lo que conlleva distintos nacimientos, clímax y muertes. Es la repetición de lo mismo en lo eternamente diferente: lo que permanece es la ciclicidad en eras que vienen y van, cada una con características propias.
Frente a lo anterior, se le acusa a la narrativa judía de la creación, heredada por el cristianismo, de inaugurar otra concepción del tiempo que termina por desplazar la experiencia cíclica de la vida. Esta concepción lineal–progresiva devendría en los postulados modernos de desarrollo, pueblos más avanzados que otros, etcétera. ¿Es realmente así?
Existen por lo menos tres maneras de entender la relación entre cristianismo y modernidad: la primera es contraponerlas por completo, la segunda es identificarlas en una consecución lógica, y la tercera es hablar de la segunda como una corrupción del primero.
Podemos encontrar buenos argumentos históricos para entender la modernidad como la antítesis del cristianismo, ya que la Iglesia católica fue de hecho detractora feroz de muchos postulados modernos y renacentistas en sus inicios, condenando a personajes como Galileo y prohibiendo la lectura de las principales obras del momento. De hecho, se puede constatar que en general la Iglesia fue reaccionaria al mundo moderno hasta el Vaticano II. Un buen ejemplo de esta postura, tanto dentro como fuera de la Iglesia católica, es la resistencia que hubo —y que sigue habiendo en ciertos grupos cristianos— por aceptar la evolución. De hecho, es curioso y revelador percatarse de que, al igual que los antiguos griegos creían que las mismas especies animales habían existido desde siempre y así seguiría siendo en el futuro, cristianos modernos del tiempo de Benjamín Franklin en los Estados Unidos buscaban con grandes esfuerzos al animal vivo al cual correspondían los huesos del mamut. Tenemos ahí el ejemplo de un cristianismo supuestamente lineal–progresivo que creía que las especies eran eternas. En el siglo xviii se carecía de la idea y de la posibilidad de la extinción.
La segunda postura también tiene sus argumentos fuertes. Max Weber, por ejemplo, muestra claramente la estrecha relación entre la ética protestante y lo que llama “espíritu del capitalismo”, mostrando cómo sin la primera no se entendería la segunda. En lo que corresponde al tiempo, esta segunda postura argumenta que la noción de desarrollo moderno no sería posible sin que el cristianismo impusiera sus ideas de creación y final de los tiempos, además de juicio final y la sensación de que la historia va hacia algún lugar. En ese sentido, la modernidad sería no más que la continuación secular del cristianismo.
Por último, la tercera postura cuestiona a la segunda preguntándose qué tanto es realmente la modernidad una continuación lógica del cristianismo o si, por el contrario, no tendríamos que entenderla más bien como su corrupción. Esta es la postura de Iván Illich, para quien la modernidad es la corrupción del cristianismo. En ese sentido, el desarrollo no sería la consecución “natural” del tiempo lineal cristiano, sino su corrupción.
Personalmente comulgo con Illich. La segunda postura no toma en cuenta que la secularización, si bien no hubiera sido posible sin el paradigma cristiano, tampoco —por lo menos en su manifestación histórica— es una necesidad ineludible, para bien o para mal. La primera postura es un buen ejemplo de que en realidad la modernidad implicó no un devenir espontáneo y natural del cristianismo, sino un conflicto interno dentro de la cristiandad. Un buen ejemplo lo muestra justamente el problema que nos convoca: la ciclicidad en la temporalidad cristiana.
Si bien es imposible negar que en la experiencia espiritual cristiana, basada en la Encarnación, se funda una temporalidad muy distinta a la ciclicidad no–cristiana de otras tradiciones, no por ello habría que perder de vista que otro tipo de ciclicidad permanece. Basta acercarse a la liturgia, por ejemplo, para percatarse de que existen tal cual “ciclos” distintos, iniciando con el Adviento y terminando con la fiesta de Cristo Rey; cada año se conmemoran los mismos acontecimientos una y otra vez, como la Navidad o la muerte y resurrección de Jesús; el santoral también se repite y es un ciclo, en donde cada 24 de junio se celebra a Juan Bautista; estos ciclos se enlazan con los de la luna, el sol y con los campesinos, habiendo celebraciones de santos propios para la siembra y otros para la cosecha, esto tanto en la Latinoamérica actual como en la Europa medieval.
Por ello, me parece falaz interpretar que en el cristianismo no existen los ciclos ni la ciclicidad del tiempo. Todo lo contrario. Es fácilmente constatable que la vida espiritual cristiana, comenzando por la liturgia de las horas o la periodicidad de la oración monacal, está cruzada por una serie de ciclos muy palpables y evidentes. Lo que sí cambia es la noción de la novedad, la irrupción de lo totalmente nuevo nuevo dentro de la historia, el Kairós dentro del Cronos, el Dios eterno encarnándose en ser humano concreto.
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