FRANCISCO DE ASÍS Y EL SUFRIMIENTO




FRANCISCO DE ASÍS Y EL SUFRIMIENTO

por Leonhard Lehmann, OFMCap


Francisco de Asís nunca ha tratado teóricamente este problema, nunca ha intentado justificar a Dios ante tantas injusticias en el mundo, y, por otra parte, nunca ha defendido «los derechos del hombre» ante un Dios aparentemente injusto y sin compasión.


CONFIANZA EN QUE TODO SIRVE PARA EL BIEN

Fruto de la fe de Francisco en un Dios Padre, fuente de todo bien, era su confianza en que todo cuanto acontece en el individuo, en la comunidad, en la Iglesia y en el mundo, puede servir para el bien. 


AUNQUE ENFERMO, MUY ACTIVO
 Los escritos atestiguan el hecho de que Francisco estuvo enfermo en muchas ocasiones pero se nota en sus escritos la fuerte voluntad de Francisco de anunciar la Palabra de Vida. (
   La Leyenda de Perusa nos informa también sobre el fin perseguido por Francisco con el Cántico: «Pues yo debo rebosar de alegría en mis enfermedades y tribulaciones, encontrar mi consuelo en el Señor y dar rendidas gracias al Padre, a su Hijo único nuestro Señor Jesucristo y al Espíritu Santo, porque él me ha dado esa gracia y bendición» (LP 83).

El canto no solamente tenía que servir para la alabanza de Dios, sino también para la predicación, de hecho Francisco envía por el mundo a sus hermanos de dos en dos para predicar y alabar a Dios: «Quería que primero alguno de ellos que supiera predicar lo hiciera y después de la predicación cantaran las alabanzas del Señor, como verdaderos juglares del Señor» (LP 83).


LA ENFERMEDAD TIENE NECESIDAD DE MÚSICA

La experiencia de haber encontrado consuelo en la composición del Cántico -más bien un don recibido del cielo que una invención- sugirió al Santo de Asís volver a utilizar aquel canto durante las enfermedades últimas. 

. La imagen de Cristo paciente, muerto desnudo sobre la desnuda cruz, elegido por Francisco como modelo y estilo de vida, constituía el punto de referencia en los sufrimientos; y la fe en Cristo resucitado le daba la certeza de una vida después de la muerte, que entonces se convierte en tránsito y puerta hacia la plenitud de su existencia; esta visión del hombre le da el coraje y la posibilidad de prorrumpir en un canto pascual: Bienaventurados los que mueren reconciliados con Dios; la muerte segunda no les hará mal.

«HERMANAS ENFERMEDADES Y HERMANA MUERTE»

El constante deseo de Francisco de cumplir siempre y en todo lugar la voluntad divina y su convicción de que esta conformidad le habría abierto el acceso a la gloria celestial, explican su modo de relacionarse con sus enfermedades y con la muerte, llamando a las dos con el apelativo de «hermanas». 

El Cántico de las Criaturas no hace explícita referencia a la «hermana enfermedad», pero alaba al Señor «por aquellos que perdonan y soportan enfermedad y tribulación», llamándolos «bienaventurados aquellos que las sufren en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán» (Cánt 10-11). 

ACOGER LA ENFERMEDAD COMO GRACIA

En vez de lamentarse el hermano debería dar gracias al Señor, abandonándose a su voluntad. No importa estar sano o enfermo. Importa, sin embargo, estar unido a la voluntad de Dios. Francisco no deja de poner en evidencia también el fin pedagógico del sufrimiento: la enfermedad debería suscitar aquel sentimiento que induce al dolor por los propios pecados, desprecio por los falsos placeres, temor de Dios y deseo de unirse a él. El sufrimiento no se origina por una venganza o castigo de Dios, sino por su amor, como Francisco subraya citando el Ap 3,19: «A los que ama, los corrige».

ASISTIR A LOS ENFERMOS

 Francisco exhorta a los frailes a cuidar a un hermano que ha caído enfermo, sirviéndolo con gran diligencia: (1 R 10,1-2).


PERMANECER EN PAZ: UNA MÁXIMA PARA TODOS

En la salud dar gracias al Señor y prestar fraterna ayuda a los que sufren; en la enfermedad no exigir demasiados cuidados y medicinas, sin ponerse en el centro de atención, sino aceptar la enfermedad como gracia: ésta es, brevemente, la propuesta cristiana de vida hecha por el Pobrecillo de Asís a las «Pobrecillas», a las damas recluidas en San Damián. 

Es muy significativo que Francisco no piense solamente en las enfermas, sino también en aquellas que cada día, con muchos aunque sencillos gestos y servicios, se fatigan por ellas. A ambas -a las enfermas y a las sanas, a quien asiste y a quien es asistida-, 
Vivir en paz las tribulaciones es también un empeño de quienes se preocupan de los enfermos. 
Tanto los enfermos como aquellos que los cuidan deben continuamente esforzarse en tener un comportamiento de paz anclado en Dios.

[En Selecciones de Franciscanismo, vol. XXXI, núm. 92 (2002) 258-264]



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