EL NIHILISMO DE LA SECULARIZACIÓN POSMODERNA
JOSÉ MANUEL CHILLÓN, EL NIHILISMO DE LA SECULARIZACIÓN POSMODERNA
ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS, vol. 97, núm. 381-382, septiembre 2022, 465-490, ISSN 0210-1610, ISSN-e 2605-5147
DOI: 10.14422/ee.v97.i381-382.y2022.006
RESUMEN: En este trabajo intentaré ofrecer una visión de la situación del cristianismo en nuestras sociedades posmodernas tratando de averiguar si todavía hoy podemos seguir utilizando la categoría secularización, propia del pensamiento ilustrado.
Se sostiene aquí que, sin embargo, la secularización debe entenderse, en nuestro contexto posmoderno, como expresión del nihilismo que, más que entrar en liza con lo religioso, llega a vaciar su contenido de verdad. Se trata de diferenciar la secularización del cristianismo de la secularización en el cristianismo.
Esta última es la secularización que, comprendida desde la matriz del nihilismo, se expresa en el mantenimiento de las formas, de las estructuras y de los estilos, a costa de asumir la nula relevancia pública de lo religioso en lo que a pretensiones de verdad se refiere. Con todo, el nihilismo conecta con lo que aquí se denomina la economía kenótica de la fe y, en ese sentido, se apuntan algunas de las oportunidades que el cristianismo puede encontrar en este tiempo en el que nos toca vivir.
CONCLUSIONES
El proceso de la ebullición racional moderna e ilustrada generó un Dios enemigo a su medida: era normal querer liberarse de un Dios vigilante, dominador, totipotente, insensible al sufrimiento humano y anulador de la individualidad.
La secularización tenía enfrente a un Dios que no era el Dios de Jesús, a pesar de que la secularización fue un acontecimiento que, como se sabe, surgió en una atmósfera explícitamente cristiana.
El ateísmo, en este sentido, parecía coherente con la reivindicación del humanismo, incluso con la autenticidad del cristianismo.
El ateísmo era la posición coherente con ese otro Dios. El Dios revelado en Cristo, sin embargo, es el que toma carne en la existencia humana, el que asume la suerte del hombre y el que comparte la finitud de su existencia. El Dios que hace del drama humano su causa.
El cristiano, en la posmodernidad y de acuerdo con esta economía kenótica de la revelación, debe contribuir a las grandes tareas seculares quizá sin necesidad de la explicitud de su identidad religiosa, quizá de una callada manera que se sobreponga al triunfalismo de los vencedores y a la soberanía de los poderosos, en la que tanto se fundan los extremismos teocráticos y violentos de las pretensiones religiosas de las últimas décadas.
Donde está el ser humano y sus luchas, allí debe estar la motivación suficiente para la praxis cristiana fundada en la caridad. Caridad que no soporta lógica alguna porque siempre la excede, a pesar de que esa misma caridad alimente y anime al cristiano a seguir viendo cómo abunda la gracia en el fondo del abismo sin necesidad de que esto signifique renunciar al logos que constituye al ser humano y lo abre a Dios.
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