Católicos orientales en España:
Católicos orientales en España: «Un tesoro que hay que mantener vivo»
El encuentro es uno de los primeros pasos que se dan después de que el Papa erigiera en junio de 2016 el Ordinariato para los católicos de rito oriental en nuestro país, y pusiera al frente al arzobispo de Madrid
El cardenal Osoro con católicos ucranianos de Madrid en enero 2015. Foto: Infomadrid
«Vuestro patrimonio religioso, cultural e histórico es un tesoro para toda la Iglesia que hay que preservar y mantener vivo». Así invitaba el cardenal Osoro a los sacerdotes católicos de varios ritos orientales presentes en España a participar en un encuentro que concluye este jueves. Es uno de los primeros pasos que se dan después de que el Papa erigiera en junio de 2016 el Ordinariato para los católicos de rito oriental en nuestro país, y pusiera al frente al arzobispo de Madrid. El Ordinariato está en funcionamiento desde septiembre, y después de unos meses de toma de contacto, ha llegado el momento de empezar a conocerse y compartir personalmente.
Muchos católicos de Europa Occidental y América, que celebran la fe exclusivamente según la liturgia latina, desconocen la existencia de otros católicos que, estando en plena comunión con el Papa, conservan hasta una veintena de ritos diferentes –bizantino o grecocatólico, copto, caldeo, siriaco, melkita, siro-malabar…–. Estas liturgias son hermanas de las de las iglesias ortodoxas y apostólicas.
Riqueza espiritual y martirial
En España hay, por ejemplo, más de 700.000 rumanos y casi 100.000 ucranianos. La mayoría son ortodoxos, pero también hay católicos. Además hay algunos centenares de siro-malabares indios, y hasta hace poco había una pequeña comunidad copta, que en los últimos meses ha emigrado a otros países de Europa.
«La Santa Sede veía necesario atender de forma especial a los fieles de estas iglesias, que tienen su especificidad y tradiciones –explica el sacerdote Andrés Martínez Esteban, vicario del Ordinariato–. Son iglesias muy antiguas, con una gran riqueza espiritual, y mártires –bien durante el comunismo o ahora en Oriente Medio–». Este ordinariato ya existe en países como Francia, en cuya organización se ha inspirado el español; o en Argentina. Al frente de ellos suele estar el obispo de la capital, y por eso el mismo Papa Francisco ejerció este ministerio cuando era arzobispo de Buenos Aires. En otros países, como Estados Unidos, la presencia de católicos orientales es todavía mayor y tienen su propia jerarquía en el país.
Martínez Esteban explica que, hasta la puesta en marcha del Ordinariato en septiembre de 2016, los sacerdotes católicos orientales en España se podían comparar a los sacerdotes españoles en territorio de misión: estaban incardinados y dependían de su diócesis de origen, que firmaba un acuerdo con una diócesis española que les daba los medios para trabajar en su territorio. Desde septiembre, aunque siguen manteniendo el vínculo con su diócesis de origen y con la diócesis en la que están, dependen jurídicamente del cardenal Osoro. Cuando hace falta un capellán, se le pide a la Iglesia de origen, pero es el ordinario quien lo nombra como capellán de una comunidad concreta.
«Se gana en cercanía»
El objetivo del cambio es facilitar la labor pastoral de los sacerdotes orientales. «Se gana sobre todo en cercanía –subraya Martínez Esteban–. Ahora es posible estar más atento y próximo a los problemas reales de estas comunidades. Y, si surgen dificultades, es más fácil abordarlas desde aquí. Especialmente, el cardenal Osoro quiere estar muy cerca de los sacerdotes», que la mayoría de las veces son los únicos de su rito en sus ciudades, o están al frente de varias: «conocerlos, atenderlos pastoralmente y cuidarlos sacerdotalmente».
Otro efecto benéfico del Ordinariato es que puede contribuir a dar a conocer estos ritos entre los católicos españoles: «Juan Pablo II hablaba de los dos pulmones con los que respira la Iglesia, Oriente y Occidente –resalta el vicario–, y siempre subrayó la necesidad de preservar estas tradiciones». Como afirma el cardenal Osoro en su carta, «todos estamos llamados a componer una bella sinfonía que cante las alabanzas a Dios y dé testimonio de la unidad de los cristianos».
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