Esbozo de un educación de espiritualidad cristiana
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Juan Crespo y Koldo Gutiérrez en editorial Juvenil Salesiana
Juan Crespo y Koldo Gutiérrez en editorial Juvenil Salesiana
- Educar los sentidos. El cuerpo, con todos sus sentidos, constituye la puerta para el mundo interior y espiritual. Más allá de todo dualismo, el cultivo adecuado de los sentidos corporales hoy se hace necesario para abrir la puerta a los sentidos internos, capaces de percibir lo invisible en lo visible; y, sobre todo, de suscitar sentido de fe.
- Educar al silencio. El silencio nos pone en contacto con las realidades trascendentes, con el misterio. El silencio es condición para conocer a Dios.
- Educar en la interioridad. Buscando dentro vamos descendiendo en mayor interioridad; vamos avanzando en un continuo reconocimiento: el cuerpo, la propia identidad, los pensamientos y convicciones, las emociones, los sentimientos…, hasta llegar a lo más íntimo. Buscando fuera seguimos un proceso parecido: lo que veo, lo que proyecto, lo que es producto de mi acción…, lo que me transciende, Dios.
- Educar en la oración. La oración es el momento afectivo de la vida cristiana. Orar es hablar, escuchar, alabar con el corazón. Orar es querer y dejarse querer por Dios.
- Educar en la vida sacramental. El Concilio lo ha dicho con una frase densa y feliz: “La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”. Educamos a la vida espiritual cuando acompañamos, celebramos, hacemos gustar a niños, adolescentes y jóvenes la vida de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Reconciliación.
- Educar a la vida eclesial. De una manera bonita el Concilio define a la Iglesia como una madre. La Iglesia engendra hijos a la fe, alimenta, cuida y acompaña a largo de su vida. Nuestra vida personal es camino entre el nacimiento y la muerte, entre Dios origen y Dios -futuro-. La Iglesia nos acompaña en este camino de seguimiento bajo la luz del Espíritu Santo.
- Educar en las virtudes. La tradición de la Iglesia habla de virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza) y virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Las virtudes teologales se incardinan en las virtudes cardinales y hacen del hombre un creyente. El giro antropológico de nuestra cultura trae a consideración algunas virtudes nuevas en su formulación (responsabilidad, solidaridad, autonomía personal, búsqueda de la verdad, sentido de incondicionalidad…).
- Educar al compromiso y a la alteridad, a las necesidades de los demás. Esta apertura solidaria tiene, para el creyente, su fundamentación en un Dios trinitario que es relación y comunión. En un mundo que favorece el individualismo, que tiene una grave crisis económica favorecida por la codicia, que separa y segrega, es especialmente necesario educar a la apertura a los otros, a la solidaridad y al compromiso.
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