Envidia de los dioses griegos a los hombres
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La filosofía y la teología en Occidente se segregaron de los
mitos, porque estos fueron incapaces de dar respuesta a la exigencias morales
que son inherentes a la sacralidad humana:
"En el corazón de los griegos estaba
plantada como una raíz venenosa la convicción de que los dioses no pueden
tolerar que los hombres crezcan y sean felices, de cómo cuando estos se hallan
a punto de alcanzar grandes conquistas, los ciegan o enloquecen, hundiéndolos
en el abismo. Los dioses envidian la felicidad de los hombres y no la toleran
en el orden físico ni en el orden moral, desde el placer a la gesta heroica.
Cuando Heródoto en el libro VII de su Historia describe los preparativos, que
llevarán al ejército de Jerjes en la segunda guerra médica contra los griegos a
la batalla de las Termópilas, hace estas afirmaciones terribles, profundamente
reveladoras de la actitud primordial de los griegos ante los dioses: un temor
que luego engendra el rechazo y una envidia derivada de la envidia que los
dioses sienten hacia los mortales. Prometeo es la antropología griega
necesariamente derivada de su teología: a unos dioses envidiosos del hombre
solo puede corresponder, por dignidad, un hombre que intenta abatir y suplantar
a tales dioses “Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los
seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición;
en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo
siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los
árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en
demasía. De ahí, que por la misma razón, un numeroso ejército pueda ser
aniquilado por otro que cuente con numerosos efectivos: cuando la divinidad por
la envidia que siente, siembra con sus truenos pánico o desconcierto entre sus
filas, dicho ejército, en ese trance, resulta aniquilado de manera ignominiosa,
si tenemos en cuenta su número. Y es que la divinidad no permite que nadie, que
no sea ella, se vanaglorie”. (Heródoto, HistoriaI-IX (Madrid 1977-1989) VII,
10, págs. 43-44)".
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