Nuevos Santos
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El testimonio de los santos urge a priorizar la pastoral de la santidad – Editorial Ecclesia
Denominador común en la actualidad eclesial de los días pasados (ver páginas 34 y 35 de este número de ecclesia) y de los venideros —sin ir más lejos, el ya inminente 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos— es el valor y vigencia de la santidad para la vida de la Iglesia y de la humanidad.
Como contamos, en las páginas 11, 34 y 35 de este mismo número de ecclesia, beatificaciones y canonizaciones iluminan el horizonte del camino y del servicio de nuestra Iglesia, a través del testimonio de cristianos, además, muy contemporáneos y cercanos a todos nosotros.
Así, el otoño de 2016 va a dejarnos otros ocho mártires del siglo xx en España en los altares, un nuevo santo español (un espléndido apóstol de la eucaristía y de la caridad) y, más allá de nuestras fronteras y en medio de nuevos y permanentes episodios de persecución a los cristianos, llenan también de gozo la canonización del adolescente mexicano José Sánchez del Río, martirizado con 14 años en 1928, y la próxima beatificación en Albania de 38 mártires del comunismo.
Asimismo y mientras tantas veces, ante la penuria vocacional generalizada, nos planteamos el modelo sacerdotal y de vida consagrada que requiere y demanda nuestro mundo actual, las figuras de los ya santos cura Brochero y de la joven carmelita descalza francesa sor Isabel de la Trinidad emergen con fuerza e interpelación para mostrarnos, de nuevo, la verdadera y permanente identidad del sacerdocio y de la consagración (en este caso, contemplativa).
Los santos son para Iglesia uno de sus mayores e imprescindibles tesoros. No podemos renunciar ni a ellos ni al recordatorio permanente, explicitado, además, por el Concilio Vaticano II, de la llamada universal a la santidad. Los santos son los mejores hijos de la Iglesia y de la humanidad. Ellos nos estimulan con su ejemplo, nos ayudan con su intercesión y nos hacen más real y accesible el destino de gloria al que todos hemos sido llamados. Los santos nos animan y alientan para que «luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita», como reza el prefacio eucarístico de los santos. Ellos, parafraseando palabras del Papa Francisco, en el ángelus del domingo 16 de octubre, son ejemplo para sostener el empeño de cada uno en los distintos ámbitos de su trabajo y servicio y a responder a la ya aludida vocación universal a la santidad.
Sí, la Iglesia, con todos sus miembros, pastores y fieles, ni puede ni debe prescindir de los santos, sino todo lo contrario y deben continuamente mirarse en su espejo. Es preciso que entendamos y mostremos cómo los santos son seres humanos como nosotros, de carne y hueso; cómo sus vidas no fueron ni mucho menos un jardín un rosas…, sino tantas veces una enconada «batalla» frente a las tentaciones y a los obstáculos externos e internos; cómo y cuáles fueron las «armas» de las que pertrecharon con humildad y mansedumbre, las fuentes en las que se nutrieron (la palabra de Dios, la oración, la cruz, la eucaristía y la piedad mariana); y cuáles fueron sus retos y objetivos, siempre al servicio de la evangelización y de la misericordia.
En este sentido y como iniciativas concretas, bienvenidas, sean por ejemplo, recientes películas de gran metraje y para todos los públicos sobre algunos de nuestros santos y santas (los mártires de Barbastro, san Felipe Neri, san Ignacio de Loyola, san Pedro Poveda, santa madre Teresa de Calcuta, santa Soledad Torres Acosta,…). Y bienvenidas sean también las celebraciones y demás acciones que se realicen no solo para rendirles el culto que merecen, sino también para acercarnos más y mejor a sus vidas y sus mensajes, que siguen siendo actuales. Nuestros santos no pueden oler a naftalina…, ni ser solo imágenes de escayola o de madera, a las que, de vez en cuando, se les quita el polvo y se las saca de procesión…
Ya en 2001, nada más cruzar el umbral del tercer milenio, en la carta apostólica Novo millennio ineunte, san Juan Pablo II, en un riquísimo documento programático para la vida y quehacer de la Iglesia en la hora presente, urgía a la pastoral de la santidad como una necesidad apremiante, que debe situarse en todas las programaciones y objetivos de la misión de la Iglesia.
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