Capítulo I de la Enciclica Ecclesia de Eucharistia

El Papa parte de la institución de la Eucaristía por parte del Señor antes de su muerte y resurrección; en esta Eucaristía está inscrito este acontecimiento que se perpetúa por todos los siglos. Es el don dado por Cristo más excelente, porque se da así mismo, para todos los tiempos y todos los lugares .Y la iglesia cuando celebra la Eucaristía, realiza nuestra redención; es un misterio de Misericordia, una muestra de amor que no conoce medida.

En su misma institución manifestó su valor sacrificial,y se hace presente como único sacrificio en cada comunidad cuando el ministro lo ofrece. Lo que se celebra en la misa es el mismo sacrificio de la Cruz, su celebración memorial. Cristo se ofrece como don ante todo al Padre y como don a la iglesia y los fieles al participar en ella, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella. En ella se incluye la resurrección.

Su presencia se llama real porque es sustancial, ya que se hace ciertamente presente Cristo, Dios y Hombre, entero, íntegro.
Es un misterio de fe que supera nuestro pensamiento y es acogido sólo por la fe. Ha existido a lo largo de los siglos esfuerzos para buscar alguna inteligencia de este misterio.

La eficacia salvífica se realiza al comulgar, pone al que la recibe en relación con la vida trinitaria, y recibe a Cristo como alimento, comunicando al Espíritu.

A la vez es tensión hacia la meta, anticipación del Paraíso, es primicia de plenitud futura, garantía de la resurrección. Esta tensión escatológica expresa y consolida la comunión con la iglesia celestial, pero a la vez estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente, comporta una transformación de la vida del que la recibe.



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